Los significados de la pasión

 

Hace un tiempo atrás iba en la combi; no, no era combi, era microbús. Esos que vienen por la avenida Wilson y cruzan la avenida 28 de Julio hasta las avenidas Arenales, Camino Real, otras más y Santa Cruz. Fue en una de esas ‘otras más’ cuando llegué a la conclusión: El amor, ineludiblemente, está muy ligado al sufrimiento. Es increíble, insoportable, pero es así.
La única prueba de amor que puede dar alguien es la de saber soportar el sufrimiento a su lado sin rendirse, sin renunciar, sin más complicaciones que el sufrimiento mismo.
Ahí es cuando se hace el silencio y se prueba su autenticidad. La victoria del amor se disfruta con placer, pero luego del sufrimiento.
La humanidad es como una niña malcriada que colecciona zapatos y precisamente el zapato más feo, el que menos le gusta, es el del sufrimiento, el que tiene que ponerse para ir al colegio y a los desfiles, tarde o temprano.
Un dicho popular reza “échate a la cama y verás quien te ama”, la sabiduría popular es determinante en este caso.
Es en esas indeseables circunstancias cuando aparece el amor en rostros desconocidos y se desdibuja en aquellos que nos son familiares. El orden afectivo se bifurca, las cosas en el espacio comienzan a flotar. Los colores se corren de los límites y la realidad se transforma. Yo pensaba que él estaría conmigo en ese momento (…) ¡y pensar que el hijo de aquella no dudo un minuto en darme auxilio! Son frases enteras que apenas caben en ese nuevo orden que se instala en la cabeza y en el corazón.
Frente al dolor sólo huyen los cobardes y los que no aman; el resto, se queda.
¿Y la pasión es síntoma de amor? La palabra pasión tiene dos acepciones y, curiosamente, es el opuesto de acción. Una de sus acepciones es la del padecimiento cuyo ejemplo por antonomasia es la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo; y la otra acepción, es la de la emoción, esa afición que siente un sujeto por algo o alguien.
En el caso del amor, se suele usar la palabra pasión para hacer referencia a esa febril inquietud o deseo ardiente que siente un hombre por una mujer, o viceversa. Esa inquietud que convida ansiedad, cosquilleo en el alma y en el cuerpo, alegría y un mar de expectativas. La pasión, así entendida, conduce a la locura, al extravío, al juego y la bonanza. Es la etapa del jugueteo, del flirteo, en suma, de la diversión.
Sin embargo, en rigor, bien convendría entenderla también en su otro sentido. El amor es también padecimiento, no sólo ya porque casi siempre se sufre un desengaño, sino porque, precisamente, el crisol del amor auténtico es ese padecer juntos, afrontar pruebas juntos.
Es curioso, decía, que la pasión sea, también, el opuesto a acción, esto ya cuando nos referimos al sufrimiento; pues si de afición y emoción se trata, más bien torna al sujeto activo y dinámico.
El amor apasionado, es aquel no sólo que arde por poseer, sino que está listo para apoyar, ayudar, comprender, perdonar, luchar y padecer por el que ama.
Los momentos amargos y desagradables de la vida son las horas reservadas para probar afectos y fidelidades. La cobardía y debilidad, se deben perdonar, así como la ingratitud, el odio y hasta la indiferencia; mas, lo interesante de todo esto, es que luego de esos transes uno sabrá bien a qué seres corresponde cada uno de esos sentimientos, sin temor a equivocarse.
Ese día, subida en ese microbús, tuve que admitir esa premisa que me cayó como una infalible fórmula matemática; el amor, esa especie tan buscada y casi en extinción, está más cerca del sufrimiento que del placer.
Amar no porque apetece o porque haya garantías y seguridades, sino porque se decide emprender ese camino difícil e impredecible donde no importa si se pierde o se gana.